Escrito por BEATRIZ CAMPUZANO para EL Diario Vasco
Fousseiy llegó de Costa de Marfil a San Sebastián en 2015. Desde entonces ha pasado de vivir en la calle a un piso de la Cruz Roja y trabajar. Con el coronavirus se ha quedado en paro, pero gracias a los cursos que ha hecho en Erroak confía en volver a encontrar un empleo.
Espera tranquilo en el muro en frente de la sede de Erroak de San Sebastián. Llega con tiempo a la cita y al entrar en el edificio se pone la mascarilla. Dice que no se le empañan mucho las gafas de pasta que utiliza y, sin embargo, a veces al hablar el vaho cubre levemente los critales. Se presenta. Se llama Fousseiy y es de Costa Marfil. Creo que sonríe porque sus ojos se achatan. Toma asiento y empieza a contar su historia. Una historia que arranca con la huida con catorce años de su tierra natal y que termina con una lección. «Solo espero que se acabe la discriminación. Hay que repetar la dignidad de las personas», destaca.
De metro ochenta y ojos negros, Fousseiy tiene 31 años y lleva desde el 14 de octubre de 2015 en San Sebastián. Este joven es solo una de las ciento de personas que viven en Euskadi y se encuentran en riesgo de exclusión social. Gracias a diferentes organizaciones ha conseguido aprender un idioma que le era desconocido y ya habla con fluidez, se ha podido formar en cursos de jardinería, fontanería, cocina, etc. y ahora busca activamente un empleo que le permita sobrevivir y volver, en el mejor de los casos, a visitar a su familia en Yasumukro. Desde 2012 el único contacto que ha mantenido con sus raíces es vía telefónica. «Sin trabajo con qué dinero voy a ir. Hay que aguantar más tiempo. Un poco más», exclama. El coronavirus le ha dejado en el paro y vive estos días pendiente de las ofertas que pueden surgir. Aún así no pierde la esperanza porque sabe que lo importante «es la salud. Lo demás ya llegará».
«En San Sebastián me he sentido cómodo, se respeta a la humanidad» Fousseiy, 31 años
Han pasado muchos años desde que tuviera que marcharse de Costa de Marfil. «La primera vez que me fui tenía diez años, pero luego volví a los doce. Estuve casi dos años y me marché otra vez», cuenta. ¿La razón? Las guerras. «La situación allí era y es complicada. Después de una guerra nada vuelve a ser como antes», explica. Llegar a España no fue sencillo. Antes, tuvo que pasar por otros países como Mali, Algeria, Libia, Túnez o Marruecos. En algunos pasó tiempo, en otros, no tanto. Consiguió en 2015 saltar la valla y llegar a Melilla. De allí emprendió su viaje al norte. Pasó primero por Madrid, por Sigüenza y Bilbao hasta que terminó subido en el Topo con destino Hendaia. «Pensaba que Hendaia era la última ciudad española, pero no. La policía francesa no me dejó pasar y acabé en San Sebastián. Llegué de casualidad», cuenta. Ahora echando la vista atrás reconoce que se le pasó por la cabeza cruzar la frontera como muchas otras personas que hablan francés por tener la facilidad del idioma, pero al final se quedó en la capital guipuzcoana. No se arrepiente. Al revés. «Aquí me he sentido más cómodo que en otros sitio. Se nota el respeto a la humanidad y eso es lo más importante», destaca. Fousseiy sabe bien de lo que habla. No ha pasado miedo nunca y eso que ha vivido en la calle, pero sí discriminación. «La hay aquí, pero también en África. Lo más importante es respetar la dignidad de las personas», incide.
«Estaba trabajando montando radiadores hasta que ha llegado la crisis del coronavirus» Fousseiy, 31 años
Con la Behobia en mente
Desde quue Fousseiy llegó a San Sebastián su vida ha mejorado. Ha pasado de vivir en la calle, debajo de un puente, a compartir un piso de la Cruz Roja con otras cuatro personas. «De todo se aprende», valora. Sin duda, Erroak le ha ayudado en esa mejora de calidad de vida. Desde la organización le han facilitado el acceso a cursos y ofertas de empleo y le han acompañado en todo momento. «Estaba trabajando montando radiadores hasta que ha llegado la crisis del coronavirus. Ahora no hay mucho que hacer, busco cada día por internet a ver si sale algo, pero la situación es complicada», constata. Fouseeiy no se plantea pedir ayudas: «Prefiero trabajar a pedir ayudas. Solo he cobrado el paro, pero nunca he pedido nada más».
Le gusta cuidarse, «como a todos», bromea. Ha dejado de lado su pasión por el fútbol que arrastraba desde que era un niño «porque aquí es muy difícil y más sin papeles. Era imposible». Ahora, se dedica a correr sobre el asfalto. Empezó en 2016 y aspira a correr la Behobia-San Sebastián en cuanto se pueda. «Cuando vivía en la calle no podía correr porque si sudaba, no me podía duchar así que tuve que esperar a entrar en el piso de la Cruz Roja para empezar», matiza. El año pasado se quedó sin participar porque no tenía los papeles y «no es fácil no tener documentación pero hay que luchar cada día por salir adelante».
Le han pasado muchas cosas. Tanto buenas como malas, pero si algo pone en valor es «tener salud. Puedo tener una vida mejor o peor pero si tienes salud, cualquier cosa puede pasar. Hay que pelear. En la vida hay que aprender».
-¿Cómo ves el futuro?
-En el futuro puedo conseguir todo lo que quiera. O no, pero como todos.Erroak, 32 años ayudando
Basta con perder el empleo y no tener ingresos ni ayudas para conocer una realidad que hasta entonces era lejana. Hoy en día cualquiera puede estar en una situación de exclusión social, ya que no tiene por qué ser permanente. «Se entrar y salir», precisa la directora de la entidad, Concha Clavero. Lo cierto es que la crisis sanitaria provocada por el coronavirus ha dejado en situaciones de vulnerabilidad a más personas pero también ha mostrado por un lado que «hay una red ciudadana dispuesta a ayudar y, por otro, que es necesario «fortalecer los sistemas sociales para que todas las personas se sientan protegidas», sintetiza Marta Senz, coordinadora de Zabaltzen Sartu.
La Asociación para la Reinserción Social ERROAK mantiene el objetivo con el que se fundó de facilitar la incorporación social de las personas a través de la orientación, la formación, el empleo y la potenciación de su desarrollo personal. Para ello ofrecen una amplia gama de servicios que permiten a cada persona desarrollar un itinerario adaptado a sus necesidades e intereses. «En nuestro trabajo descubrimos la grandeza de las personas. Son personas con vidas complicadas, pero tienen una grandeza y una capacidad de superación y de no quedarse atrapados en lo que han vivido que no todo el mundo tiene», valora Clavero.
En los treinta dos años que lleva Sartu en pie han asistido a muchas personas como Fousseiy y se han adaptado a las diferentes casuísticas. La última: el coronavirus. «Trabajamos con personas precarias y el impacto del coronavirus ha sido muy duro. Se ha visibilizado la falta de derechos en muchos niveles. Mucha gente ha perdido el empleo y ha afectado en los hogares», detalla Senz. «No hemos tenido cercanias físicas pero sí ha habido de otro tipo y merecería la pena que pudiéramos mantenerlas», añade Clavero.
En esta misma línea, la directora de la organización pone encima de la mesa el problema de la brecha digital: «Toda la interacción durante estos meses de confinamiento ha sido por teléfono o ordenador. Hemos tenido que cambiar nuestra metodología para responder a responder a través de estas plataformas, pero muchas personas no podían hacerlo. No todo el mundo tiene acceso a internet y por que tanto no se han sentido conectados. Ha habido mujeres, por ejemplo, a las que se les ha pedido que ayuden a sus hijos cuando no tenían ni siquiera capacidad para hacerlo».
La reorganización de Sartu para adaptarse a la situación no ha sido de la noche a la mañana. Van recuperando alguno de los servicios de forma presencial pero guardando todas las medidas de seguridad. «Estamos en un periodo de ajuste y de adaptarnos a metodologías alternativas. Un porcentaje alto de los hogares con los que trabajamos no tienen recursos tecnológicos pero tampoco condiciones habitacionales para seguir cursos online. Nuestra metodologia siempre ha sido un práctica y pasarlo a digital es complicado y la gente no tiene las condiciones básicas en los hogares. Estamos viendo cómo combinar presencial y lo no presencial», adelanta Senz.
Lo que no han dejado de hacer en estos meses de confinamiento es atender a las personas que lo necesitaban. Lo han hecho por teléfono y dedicando los recursos que tenían a su alcance en esos momentos. «Ha sido intenso muchas personas se han puesto en conctacto con nosotros. Además, cuando llamábamos para conocer cuál era la situación laboral también han aparecido, en las conversaciones, otras cuestiones como hijos, rentas de garantías, autonomías, soledad y problemas conyugales que estaban presentes y se han agravado», sintetizan desde la organización.
A día de hoy siguen defendiendo que el «empleo vertebra y permite la integración social», pero en muchos casos, constatan, «hay personas que tal y como está configurado el mercado laboral no van a responder y tienen todo el derecho a ser personas y sentirse útiles. El sistema de mercado es precario y no está posibilitanto que personas que trabajan lleguen a final de mes con garantías suficientes», explica Concha.
Si algo sacan en claro de esta nueva tesitura que les ha tocado vivir es que el «tercer sector ha respondido ante la situación. La administración en términos generales ha estado ahí, habilitando más espacios para las personas sin hogar, y ha servido para darnos cuenta de que habíaa más necesidades no contempladas. Creo que es el momento de mantener los servicios porque la gente los necesitada», Senz: »El coronavirus ha visibilizado las debilidades de los sistemas que tenemos pero también creo que va a servir para fortalecerlos. Las redes comunitarias y la solidaridad se han puesto en valor para que las personas que se encuentren en una situación precaria estén mejor, que es de lo que se trata», concluye.